San Jerónimo, traductor de la Biblia “Vulgata”: la historia de sus discípulas

Cada 30 de septiembre celebramos el Día Internacional de la Traducción, conmemorando el fallecimiento de Jerónimo o San Jerónimo (Estridón, Dalmacia, 345-350 d.C – Belén, 30 de septiembre 420 d.C.), considerado patrono de los traductores.

La gran proeza de Jerónimo es de todos conocida: el titánico esfuerzo de dedicar gran parte de su vida a traducir las Sagradas Escrituras al latín.

 

Contexto histórico de San Jerónimo, patrono de los traductores

En una época en la que en Roma, ahora bajo el pontificado de Dámaso I (366 d.C – 384 d.C) abundaban las copias en latín de libros de la Biblia basadas en traducciones realizadas por clérigos, sacerdotes e individuos piadosos pero poco rigurosos en este quehacer, se generó un maremágnum de versiones, llamadas actualmente Vetus Latina. Para poner orden, Dámaso recurrió al ingenio y talento de su secretario personal, el traductor San Jerónimo, cuya exquisita formación en gramática, literatura, filosofía, así como su conocida experiencia como escritor y traductor le capacitaban para esta tarea. No olvidemos que en este tiempo los cristianos consideraban su Biblia original (Antiguo Testamento) aquella escrita en griego allá por los siglos III y II a.C., llamada Septuaginta o Biblia de los setenta. Esta Biblia en griego (con algunas versiones también en griego como las conocidas de Aquila, Símaco y Teodoción) constituía la máxima autoridad y referencia en todo el mundo cristiano. San Agustín y otros eruditos de la época así lo subrayan en sus epístolas.

No se le escapa al lector que, si bien el Nuevo Testamento está escrito originalmente en griego (salvo quizá la excepción del Evangelio de San Mateo, según ciertos autores), el Antiguo Testamento es un original hebreo, y constituye la Biblia del pueblo judío.

¿Qué hizo San Jerónimo?

Fue el genio de San Jerónimo el que le condujo a no seguir la autoridad y tradición de la Biblia griega para tomarla como origen de su traducción al latín. Por el contrario, el traductor de la Biblia decidió usar el texto original hebreo como base de su traducción. Idea novedosa y que le granjeó no pocos enemigos (hebraica veritas vs. graeca veritas).

La historia de San Jerónimo, y de sus discípulas

Pero hoy queremos centrarnos en la historia de San Jerónimo, y específicamente en esos años que transcurren desde que recibió el mandado del pontífice de realizar una traducción única e inspirada de la Biblia al latín hasta el final de su vida.

Ocurre que Jerónimo, en sus años en Roma, conoce y se convierte en guía y coach espiritual de un nutrido grupo de mujeres de la alta nobleza romana que renunciaron a las frivolidades acostumbradas de su entorno social para profundizar en las enseñanzas cristianas por la vía del ascetismo, y, en particular, dedicarse al estudio de las Sagradas Escrituras. Alrededor de este grupo de mujeres, lideradas por Marcela, junto con Paula, las hijas de ésta, Eustoquio (o Eustoquia) y Blesila, Fabiola y otras mujeres, se creó un Centro de Estudios Bíblicos de altísimo nivel que se reunía diariamente en la casa de Marcela, liderado por Jerónimo, el traductor de la Biblia.

Este grupo de mujeres que poseían una sólida base de conocimientos y también dominaban el latín y griego, gracias a su pertenencia a la élite aristocrática, pasaron pronto de ser alumnas a ser auténticas colaboradoras de Jerónimo.

Colaboraciones con San Jerónimo para la traducción de la Biblia

Hay varios aspectos que mencionar en esta colaboración. En primer lugar el aspecto económico, pues son ellas, en especial, Marcela, Paula y su hija Eustoquia, quienes financian la larga estancia de Jerónimo en Belén, adonde se desplaza y pasará más de treinta años dedicados a su obra magna y otros escritos. En especial, Paula y Eustoquia, que le seguirán a Belén, fundando allí varios conventos de mujeres, sufragarán todos sus gastos, no solo alojamiento y comida, sino también los carísimos pergaminos y manuscritos que necesitaba o los copistas que empleaba.

Otro aspecto de esta colaboración con el traductor de la Biblia San Jerónimo es que ellas estuvieron siempre a su lado infundiéndole ánimo y aguijoneándole con preguntas de gran profundidad y erudición para provocar su genio literario. En palabras de Jerónimo (In Gal. Prol.): “Siempre que me veía (Marcela) rápidamente me preguntaba algo de la Escritura. Ella seguía el método pitagórico, no tomando por seguro todo lo que le había respondido…”. Las numerosas cartas conservadas de Jerónimo dirigidas a Marcela, a Paula, a Eustoquia, las múltiples dedicatorias a ellas en multitud de sus obras y traducciones, son la expresión de la especial relación intelectual y de respeto mutuo con sus discípulas. Es de destacar la providencial conservación de una única carta escrita por ellas, de autoría de Paula y Eustoquia, que revela sin ningún género de duda sus grandes capacidades interpretativas de la Escritura.

Mujeres traductoras de la Biblia

Este núcleo de mujeres biblistas, a las que tenemos que añadir por su especial relevancia a Blesila y Fabiola, permiten plantear la hipótesis de que colaboraron con San Jerónimo en su tarea de traducción de la Biblia, preparación de textos y escritos. Y esto en varias etapas, que van desde el trabajo de copia, lectura y transcripción de los manuscritos, hasta la revisión de sus obras y propuesta de nuevas ideas. No podemos excluir ni mucho menos la redacción de ciertos fragmentos de textos de carácter bíblico.

Y, por último, gracias a estas mujeres, se pudo garantizar la publicación y divulgación de las obras de Jerónimo y en particular de la Biblia Vulgata, que de otra manera (recordemos que ya el Papa Dámaso había fallecido y Jerónimo no contaba con la simpatía de las nuevas autoridades eclesiásticas romanas), se podría haber quedado olvidada y arrinconada en un convento de Belén.